Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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Legislatura: 1882-1883 (Cortes de 1881 a 1884)
Sesión: 10 de julio de 1883
Cámara: Congreso de los Diputados
Discurso / Réplica: Discurso
Número y páginas del Diario de Sesiones: 152, 3876-3878
Tema: Interpelación sobre la política general del Gobierno

El Sr. PRESIDENTE: El Sr. Presidente del Consejo de Ministros tiene la palabra.

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): Si no fuera por tomar acta de algunas palabras del Sr. López Domínguez, no me levantaría en este momento a molestar la atención de los Sres. Diputados; que realmente, aunque el Sr. López Domínguez haya estado muy elocuente, ha estado, en mi opinión, desgraciado en los datos que ha aducido, y no tendría yo necesidad de contestarlos. Pero me conviene para el curso de este debate llamar la atención de los Sres. Diputados sobre ciertas afirmaciones que ha hecho el Sr. López Domínguez esta tarde.

El Sr. López Domínguez ha asegurado que desde que se formó la izquierda ha batallado contra el Gobierno y contra la situación y ha disparado siempre con bala rasa, mientras que el Gobierno ha disparado con pólvora sola. El Sr. López Domínguez ha declarado además esta tarde que la izquierda es incompatible con la situación actual y que hay un abismo entre la izquierda y el Sr. Sagasta. Conste esto, conste esto. Y yo pregunto: ¿para qué entonces el debate? Y yo pregunto: ¿para qué entonces el discurso del Sr. Canalejas? (El Sr. López Domínguez pide la palabra.) Y yo pregunto: ¿para qué entonces todo lo que ha venido pasando aquí desde la formación de la izquierda?

Si erais incompatibles conmigo; si erais incompatibles con la situación; si desde el momento que levantasteis la bandera de la Constitución de 1869, la levantasteis como incompatible con nosotros, ¿para qué habéis estado malgastando tanto tiempo y perturbando en todas las discusiones, hablando de transacciones de todo punto imposibles de realizar?

¡Ah, Sres. Diputados, qué revelación nos ha hecho el Sr. López Domínguez! Porque la verdad es que muchos no creían lo que creía S. S. y lo que S. S. nos ha declarado; porque muchos con acendrado patriotismo, con amor a las instituciones, con amor a la libertad, han hecho lo que han podido por buscar una transacción que de antemano S. S. y otros como S. S. no querían aceptar. Y se ha de decir toda la verdad. Yo lo sabía, porque bien lo revelaba la conducta de los que al formar la izquierda no tenían reparo ninguno en los medios que había de adoptar para combatir al Gobierno; yo ya lo sabía, porque algunos al formar la izquierda la formaron única y exclusivamente para atacar a la situación.

Si respecto de la formación de la izquierda, entiendo que S. S. ha estado desgraciado, en el recuerdo de los hechos ha estado desgraciado también al explicar el modo en que la izquierda se formó, y por qué se formó la izquierda, y para qué la izquierda se formó. Se hizo la conciliación de fuerzas políticas que estaban dentro de la Monarquía, con la Constitución de 1876; esta es la conciliación que se creyó conveniente para la Monarquía, la que creyó S. S. conveniente, puesto que era uno de los que más trabajaron para aquella conciliación, para aquella fusión. Y la fusión se hizo con el entusiasmo de S. S.; no ya con la protesta, sino con el entusiasmo de S. S. y del partido resultado de aquella fusión, cuya bandera era sin reserva, sin protesta, por unanimidad, acogida de todos con aplauso, la Constitución de 1876. Y a esa fusión y a ese partido vino el ilustre Duque de la Torre, que fue jefe de esa fusión y de ese partido; y en la medida y límites que a su actividad señalaba, como jefe se le consideró dentro del partido de la fusión y con la Constitución de 1876.

Nadie se acordaba de volver a la Constitución de 1869; las declaraciones del Sr. Duque de la Torre para algunos que dudaban de su actitud, llegaron de puntos lejanos, de fuera de Madrid, terminantes, explícitas, acogiéndose al partido liberal bajo la bandera de 1876.

En esta situación nos hallábamos, cuando sin conocimiento de nadie, ni aun del Sr. López Domínguez, se levantó la bandera de la Constitución de 1869 en una carta escrita en Biarritz, que nos sorprendió a todos, incluso a S. S.; quizá a S. S. más que a mí. Y yo pregunto: ¿por qué, señores? Pues si alguien quería la Constitución de 1869 en reemplazo de la de 1876, ¿Por qué no se procedió como proceden los hombres políticos y los partidos? Porque en último resultado, el partido estaba formado; el partido liberal tenía una Cons- [3876] titución, tenía un jefe; el partido liberal se hallaba constituido. ¿Es que algún individuo de ese partido creía que la Constitución no era buena, que era reemplazable por otra Constitución? Pues podía haberlo dicho. ¿Cuándo? Cuando se dicen esas cosas, cuando se acude a los colegios electorales; y allí acudimos todos con la bandera de la Constitución de 1876.

Todavía el que no hubiera tenido los compromisos que tenía S. S. y que tenía el Sr. Duque de la Torre, y que teníamos todos los que componíamos el partido liberal; todavía los que no tuvieran esos compromisos tan cerrados y absolutos, podían haber venido aquí a decir algo respecto a sustituir la Constitución de 1869 a la de 1876. ¿Dónde? Donde se hacen estas cosas: en la discusión del mensaje de la Corona. Pero pasó; nadie se acordó de citar la Constitución de 1869. Llegamos al poder; y en el poder, tranquilos con la Constitución de 1876, aparece de pronto la bandera de la Constitución de 1869. Señores, ¿qué manera de proceder es esta? ¿Le es permitido al jefe de un partido, a personas importantes de ese mismo partido, aceptar una legalidad, constituir una legalidad, alcanzar el poder por esa legalidad, y a los pocos días de alcanzarle echar esa legalidad por la ventana? ¿Quién ha faltado aquí a sus compromisos? Los compromisos nuestros eran la legalidad de 1876; el que se ha ido de la legalidad después de adquirido el poder con ella, ese es el que ha faltado a la consecuencia y a todos los compromisos.

Conste, pues, y esto es bueno que conste, que si ha habido falta a sus compromisos por parte de alguien, es por parte de los que habiendo militado en el partido liberal hasta la carta de Biarritz, se separaron de este partido para ir a cobijarse bajo la bandera que se levantó en la carta de Biarritz; pero los que sostenemos hoy lo mismo que sostuvimos en la oposición antes de llegar al poder, estamos cumpliendo con nuestro deber como buenos y como consecuentes. Después de todo, os separasteis de nosotros, no por ninguna cuestión fundamental ni constitucional; os separasteis de nosotros porque creíais que el Gobierno no iba bastante deprisa en ciertas reformas, en ciertas leyes orgánicas; porque lo que sirvió de base para vuestra separación fue la ley del Jurado, el decidir si había de presentarse en la legislatura anterior, o si, como el Gobierno creía más conveniente, debía aplazarla para esta legislatura; ese fue el motivo aparente, al menos yo no conozco otro, de vuestra separación. ¿Pero qué tiene esto que ver con la Constitución de 1869? Podéis continuar sosteniendo que no vamos nosotros bastante deprisa, pero debéis sostener también la integridad del partido tal y como llegó al poder.

Comprendo la defensa de la Constitución de 1869 por aquellos hombres públicos que no estaban, que no formaban parte del partido liberal, que ya tenía su Constitución; pero de parte de los que se marcharon de nuestro lado, no lo comprendo. Allá ellos se la hayan con su conciencia; derecho tienen para hacer todo lo que tengan por conveniente, pasar de una Constitución a otra; pero no nos llamen a nosotros inconsecuentes, que no digan que nosotros faltamos a nuestros compromisos, cuando son ellos, exclusivamente ellos, y no nosotros, los que sus compromisos han echado al olvido.

Su señoría, en su afán de atacarnos, deseo que ha demostrado esta tarde, porque yo no había atacado a S. S. ayer, se ha empeñado en ver en mí una inconsecuencia porque después de haber aceptado la Constitución de 1869 y de habernos convertido ipso facto por eso en demócratas, he dejado de ser demócrata. Su señoría está también equivocado en eso, porque yo jamás me he llamado lo que no he sido, y ahora que parece moda el llamarse demócrata, no me lo llamo yo tampoco.

Su señoría sabe bien que no todos los que aceptamos aquella Constitución éramos demócratas, ni por aceptarla lo fuimos, y S. S. debía saber que aquella Constitución fue una transacción entre monárquicos y demócratas; los monárquicos porque querían sacar de la democracia la Monarquía, y los demócratas porque querían sacar de la Monarquía los derechos individuales: aquella Constitución, pues, fue una transacción entre la democracia y la Monarquía; pero que entonces los monárquicos se contentaron, tales vientos corrían, con sacar a salvo la Monarquía; creyeron sacarla a salvo y por eso la aceptaron. Pero ¿qué sucedió? Que la Monarquía no se salvó y que la transacción quedó deshecha, no por parte de los monárquicos, sino por parte de los demócratas.

Después, yo he defendido la Constitución de 1869, porque era lo único que quedaba de la revolución de Septiembre, y quería conservarla como un símbolo, y aconsejaba al Gobierno que presentó la Constitución de 1876, que en lugar de traer otra Constitución, fundara su pensamiento en la Constitución de 1869, que yo no había aceptado nunca en toda su integridad. ¿Para qué quería yo que aquel Gobierno y aquellas Cortes no hicieran una Constitución nueva, sino que modificaran la de 1869? Para ver si de esa manera se evitaba el rompimiento que necesariamente había de venir, rechazando todo lo que de aquel período revolucionario, entre los elementos de la restauración y los elementos de la revolución.

Por consiguiente, S. S. puede ser hoy todo lo demócrata que quiera, pero no es más demócrata ni es menos demócrata que yo; porque yo no soy demócrata, no lo he sido antes y no sé si lo seré mañana. (El Sr. García San Miguel: Imposible.) Su señoría tiene mucha autoridad para asegurarlo; pero le voy a decir una cosa: que se habla mucho de democracia y de demócratas, y que yo conozco muchos que sin llamarse demócratas practican la democracia mucho mejor que otros que ostentan aquel título. (Aprobación. -El señor García San Miguel quiere contestar y es interrumpido por la mayoría.) Se habla mucho de democracia y de demócratas; pero no hay nadie hoy que no acepte el espíritu moderno de los pueblos, que es la verdadera democracia; porque o la democracia es la igualdad, o no es nada; por eso nosotros, sin necesidad de llamarnos demócratas, lo somos mucho más que otros que se titulan demócratas y que no tienen temperamento ni condiciones para serlo.

El Sr. López Domínguez, en su empeño de atacar al Gobierno, cuando el Gobierno no quiere atacar a S. S., ha vuelto a decir que no cumple el Gobierno sus compromisos y que no lleva a las leyes que va presentando las ideas y los principios que en la oposición proclamó. Y el argumento Aquiles del Sr. López Domínguez en este punto es la ley provincial. ¡Si será mala, decía el Sr. López Domínguez (mala en el sentido liberal) cuando hasta a un conservador le ha parecido una ley reaccionaria! ¿Cómo, pues, no ha de parecerlo también a nosotros, añadía el Sr. López Domínguez, muy angustiado por no haber conocido que era aque- [3877] lla una ley conservadora hasta que lo afirmó un señor conservador?

Pues, Sr. López Domínguez, hágame S. S. el favor de preguntárselo al Sr. Dávila que tiene al lado, y que parece ser su ninfa Egeria parlamentaria (Risas), que él le dirá si es o no reaccionaria y no lo ha conocido S. S. hasta que se lo ha dicho un conservador, no estará muy bien inspirado S. S. por su ninfa Egeria, puesto que es necesario que vengan los consejos y las insinuaciones de otra parte para que lo comprenda, sin embargo de que tiene a su lado a quien, si no fue presidente, era importante miembro de la Comisión que redactó el dictamen sobre aquel proyecto de ley.

¡Ah! Es que no pueden SS. SS. volver la vista ni atacarnos sin atacar su propia obra. Queréis atacar la ley provincial, y atacáis al Sr. Dávila, uno de los individuos más ilustres de la izquierda liberal dinástica. Queréis atacar la ley de imprenta, y tenéis que atacar a uno de los individuos que aunque forma parte de la izquierda, uno de los individuos que ahora y siempre ha merecido gran respeto a todos los liberales por los servicios que ha prestado y los sacrificios que ha hecho a la libertad; más servicios ciertamente de los que han prestado otros individuos de la izquierda que se creen muy liberales porque nos llaman reaccionarios; hablo del Sr. Becerra, presidente de aquella Comisión, que también al lado del Gobierno estuvo al discutirse aquella ley. Queréis atacar al Jurado, y tenéis que atacar a una de sus eminencias porque la Comisión del Jurado formó parte, y a pesar de lo que ha dicho Sr. López Domínguez, esa eminencia aprobó la ley; pudo haber hecho un voto particular contra las indicaciones que en el Senado se hacían, y no lo hizo; prueba de que no le parecía tan mal el proyecto. Queréis atacar las leyes económicas, y os tropezáis con vuestra palabra más elocuente, con una de las personas que más ilustran ese nuevo partido, o intento de partido, que yo no sé como llamarle.

Pues bien, Sres. Diputados; el Gobierno que buscaban todos esos auxilios, ¿quería o no esa conciliación? ¡Ah! Los que no la quieren sois vosotros, que no queréis estar entre nosotros porque os estorban los demás. ¿Es que vuestro amor propio es mayor que el amor que tenéis al país? (Aprobación.)

Señores Diputados, es curioso: se discuten aquí tranquilamente todos estos proyectos; cuando más, se hacen observaciones, se hacen indicaciones por individuos de la izquierda durante la discusión; pero no combaten estas leyes en su espíritu ni en sus tendencias, sino que se conforman con las leyes y después que las leyes pasan, se presentan aquí a decir: esas son unas leyes reaccionarias, esas son unas leyes que están inspiradas en el espíritu conservador. Pues ¿por qué no lo dijisteis oportunamente, cuando las leyes se discutieron? Y todavía, Sres. Diputados, no ha habido una votación nominal sobre cuestión de principios, no ha habido un debate sobre cuestión de principios, en el cual se hayan visto diferencias esenciales entre nosotros y vosotros. ¿A que, pues, se dice que no queremos la conciliación? (El Sr. García San Miguel: Todavía estamos a tiempo.) A tiempo estamos, ya lo creo; pero ¿no oye S. S. que el Sr. López Domínguez dice que es imposible, y que yo estoy diciendo que es posible, y que he hecho y haré lo posible para transigir? (Aprobación en la mayoría.)

Pero, señores, la prueba de que yo he hecho lo posible por la conciliación, la prueba de que no hemos faltado a nuestros compromisos, la prueba de que hemos mantenido las ideas que desde aquellos bancos proclamamos, es la aproximación de ciertos elementos que estaban más lejos de nosotros que la izquierda porque, al fin, vosotros de nuestro seno habéis salido pero individuos que no habían aceptado la Constitución del 76, que no habían contraído compromisos con nosotros, a nosotros se vinieron a ver el espíritu que encarnaban los proyectos de ley que presentábamos a las Cámaras, y con nosotros están: bienvenidos fueron y bien están con nosotros, y aún espero que no se hayan arrepentido de haber venido a colocarse a nuestro lado.

Otros que estaban más lejos todavía, se vinieron y no les dimos motivo de arrepentimiento; pero volvieron atrás: "nosotros, dijeron, veníamos de un campo más liberal, donde estaba proclamada la Constitución del 69 si hay alguien que levanta esa bandera, no es justo que se nos adelante en nuestro camino; volvemos, pues, a abrazar nuestra bandera;" Y se agruparon a la bandera de la Constitución del 69, creo que bien estaban con la bandera a que voluntariamente se habían acogido; pero no quisieron aparecer menos liberales que otros que siempre habían estado detrás de ellos.

Pues lo que esos grupos practicaron, ¿por qué no lo practicáis vosotros? ¿por qué no somos liberales? Y porque no somos bastante liberales se levanta el Sr. López Domínguez a pronunciar un discurso de tremenda oposición, y todo lo que se le ocurre es decir que la ley no es bastante liberal, según han dicho los conservadores, y que cierta ley relativa a reclutamiento no es un ley liberal, cuando ya he dicho ayer que el Gobierno respecto de esa ley ha dado una muestra de deferencia a un jefe de la Iglesia. Me parece que no son esos ataques bastante fundados para basar sobre ellos una disidencia, para basar sobre ellos la imposibilidad de volverse a reunir con sus antiguos compañeros. (Bien, bien.)

Conste, pues, que lejos de creer yo que es imposible la reconciliación de todos los elementos liberales del país, la creo fácil, conveniente, necesaria. (Muy bien, muy bien.) Conste, pues, eso: si hay alguien que la cree imposible, y por eso es intransigente y opone a la consideración intransigencias imposibles de salvar, caiga sobre él toda la responsabilidad. (El Sr. Martos: Por la persona de S. S., no; por los principios, sí.) Pues diga el Sr. Martos los principios que quiere que se apliquen, yo aseguro a S. S. que dentro de la legalidad vigente se practicarán los principios que S. S. indique; que desde luego aseguro al Sr. Martos que a espíritu democrático no ha de ganar S. S.; lo que es necesario es que ese espíritu democrático esté subordinado a los prestigios del Trono y limitado por las necesidades del Gobierno [3878]



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